QUINTO DÍA: JESUCRISTO RESUCITADO, SEÑOR DE LA CRUZ.
LECTOR: Alabado sea Jesucristo, que se entregó por nosotros.
TODOS: POR TU SANTA CRUZ Y TU SAGRADA RESURRECCIÓN NOS HAS SALVADO, SEÑOR.
L: La mañana de Resurrección, el sol brillaba de forma distinta. Todo parecía nuevo. Una voz lanzaba al aire el mensaje que el mundo había esperado desde siempre: ¡Ha resucitado! Y ya nada volvió a ser como antes. Pero llegar a ese momento costó la muerte del inocente. El precio por la vida fue la muerte. Pasión y Resurrección son dos momentos de la misma realidad: el amor inmenso de Dios al mundo. Señor Resucitado, hoy queremos unirnos a tu Muerte para participar más plenamente de tu Victoria.
MEDITAMOS EN SILENCIO
L: Señor, enséñanos tus caminos, aunque lleven al Calvario.
T: Y SEA NUESTRO ALIMENTO HACER LA VOLUNTAD DEL PADRE.
L: Señor, ayúdanos a entender el significado de tu Cruz.
T: Y A LUCHAR CONTRA LAS CRUCIFIXIONES DE NUESTRO MUNDO.
L: Señor, queremos llevar nuestras cruces en pos de Ti.
T: AYÚDANOS A TRANSFORMARLAS EN CRUCES DE VIDA.
L: Señor, haznos sensibles al dolor de los que sufren.
T: Y DANOS FUERZA PARA COMPARTIR LAS CRUCES DE NUESTROS HERMANOS.
L: Señor, Tú que has amado tanto que por nosotros has vivido, has muerto y has resucitado,
T: CONCÉDENOS PARTICIPAR CONTIGO EN LA REDENCIÓN DEL MUNDO.
L: Señor Jesús, Tú nos has dicho:
“El que quiera ser mi discípulo, tome cada día su cruz y me siga”.
Aquí tienes a tu Hermandad, Señor, dispuesta a seguirte adonde vayas.
Queremos recorrer, contigo, el camino de la cruz y meditar en tu sacrificio,
para aprender de tu sufrimiento y de tu gran amor.
Porque Tú, Jesucristo Muerto y Resucitado,
eres el único Maestro y Señor al cual merece la pena seguir.
Ayúdanos a llevar nuestra cruz de cada día
con la entrega y la ternura con que Tú la llevaste
y haznos dignos así de participar de tu Sagrada Resurrección.
T: PADRE NUESTRO…
L: Bendigamos al Señor.
T: ALABADO SEAS, SEÑOR DE LA RESURRECCIÓN, POR HABERNOS AMADO HASTA MORIR EN LA CRUZ.
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO (Mc. 12, 28b-34)
Un escriba que oyó la discusión, se acercó y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?». Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos». El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Palabra de Dios