Con los ojos cerrados nos centramos en la música y buscamos a Dios en nuestro interior
El silencio es a menudo el «lugar» en el que Dios nos espera: para que logremos escucharle a Él, en vez de escuchar el ruido de nuestra propia voz.
“Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de CERRAR LA PUERTA, ora a tu Padre que está allí, en lo secreto…”
Ruidos externos
En esta capilla sacramental, en este templo se respira paz y tranquilidad.
Dispongamos nuestro interior para orar
Ruidos interiores
Son ruidos silenciosos que, aunque no salgan a flote, anidan en la profundidad de cada uno de nosotros. Son ruidos incómodos, que no nos dejan escuchar nuestro silencio interior.
Vamos a ir sacando alguno de ellos de nosotros:
1. El ruido del odio: Este sentimiento hace inviable la oración. Es contrario al amor gratuito que dios nos da
2. El ruido de la crítica a Dios: Cuando le reprochamos a Dios lo malo que nos pasa o que vemos. Con un sentimiento de disgusto contra Dios se impide entablar un diálogo sereno.
3. El ruido del rencor: El enfado por algo o contra alguien, si no se elimina a tiempo, se puede convertir en rencor. Una condición previa para la oración es tener un corazón reconciliado
4. El ruido del miedo: Impide confiar en Dios y en su providencia. Incluso podemos creer que a Dios no le importamos.
5. El ruido de las preocupaciones: Estas circunstancias absorben, en gran parte, nuestra atención. Nos falta cercanía con Dios: las preocupaciones generan inquietud.
6. El ruido de las fantasías: Una imaginación desbordada que no se controla genera fantasías de todo tipo que impiden escuchar la voz de Dios.
7. El ruido de la vanidad: La inclinación a amoldarnos a la mentalidad del mundo y a sus frivolidades acaparan la atención y hacen que la oración no sea posible al no verla como algo prioritario en la vida.
Oremos con el corazón en SILENCIO